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Despatologización de los problemas psicológicos

Por: Bruno Gárate

Psciólogo clínico

Centro InterContext, Estudiante de la Formación en Terapias Contextuales

Cuando hablamos de problemas psicológicos no es raro asociarlos a enfermedades o patologías en el organismo. Estas ideas están fundadas y difundidas históricamente por el modelo médico que, en su intento por explicar los problemas del comportamiento, postuló (y lo sigue haciendo) que estos problemas se deben, en líneas generales y principalmente, por un malfuncionamiento del cerebro o desequilibrio neuroquímico; idea que fue adoptada por algunos enfoques psicológicos como el psicoanálisis y que aún persiste en la población general y profesional de este ámbito (Caballo et al., 2014, Coto et al., 2008, López y Costa, 2014). 

Bajo esta formulación sobre lo que son estos problemas, que enfermedades y/o trastornos mentales, se han desarrollado manuales para su clasificación, investigación, diagnóstico y tratamiento que presentan varias dificultades. Por un lado, tanto los manuales como las hipótesis sobre el mal funcionamiento en los neurotransmisores o neuronas, fallan en comprobar empíricamente estos supuestos; un claro ejemplo es el de la depresión (Kennis et al., 2019), que hasta la fecha no se ha podido comprobar que se deba a un déficit serotoninérgico u otro en algún biomarcador diferente. Por otro lado, están las críticas a los manuales (el DSM principalmente), dada su vaguedad en definir a los trastornos mentales, la no evidencia de los marcadores biológicos de estas “enfermedades”, su poca confiabilidad respecto al diagnóstico de los trastornos, entre otros (Lacasse, 2014). En cuanto a los tratamientos, se los ha vendido como si fueran remedios para enfermedades, pero el caso es que hablamos de drogas o sustancias psicoactivas más no de fármacos que “eliminarán” enfermedad alguna y que, si bien pueden ayudar a las personas (al alterar su forma de relacionarse con el medio dado que influyen en el proceso de recaptación de neurotransmisores en el espacio sináptico) a sobrellevar su sufrimiento, estos tienen efectos secundarios que pueden llegar a ser mortales en circunstancias especiales y generar problemas de adicción en otros casos (Moncrieff, 2008).

Desde la psicología, también se han dado diversas explicaciones este fenómeno, sin embargo, muchas de ellas quedan en teorías o especulaciones incomprobables científicamente, por lo que una perspectiva filosófica sobre el comportamiento en general, y que busque mediante la experimentación la comprobación de sus supuestos, es idónea para esta tarea ¿Qué son entonces los problemas psicológicos si no enfermedades/trastornos mentales?

Entender los problemas psicológicos implica primero comprender el comportamiento humano. En particular, el conductismo, como filosofía de la conducta en psicología, se interesa por la conducta y la define no como actividad o acción sino como la interacción entre un organismo y su medio (todo lo que rodea al organismo, dentro o fuera de la piel) que está constituido de estímulos que tienen la capacidad de provocar respuestas diversas en el organismo (Froxán y Santacreu, 1999). Esta interacción hace posible que, mediante procesos de aprendizaje, un organismo pueda reaccionar ante nuevas situaciones/estímulos que antes no producían un cambio o efecto en uno mismo (condicionamiento clásico), o que sucedan cosas producto de lo que hacemos en el mundo (condicionamiento operante) (López y Costa, 2014). Se puede decir que mediante estos procesos el comportamiento de un individuo adquiere nuevas funciones, unas reactivas y otras que operativas. Son estas nuevas funciones, interacciones con el mundo, las que permiten que un individuo se adapte mejor al medio y son estas mismas las que pueden generar sufrimiento en la persona. Entonces los problemas psicológicos serían, más que una enfermedad, formas de relacionarse con el mundo que afectan a un organismo, que tienen ese estatus por que la persona valora su propia conducta o de otros como problemática (Froxán y Santacreu, 1999). Esta valoración debe entenderse, en buena medida, como producto de factores sociales condicionantes, donde las prácticas socialmente compartidas, los valores y creencias influyen en cómo la persona piensa, siente y se comporta en sociedad (Bueno, 2011). 

En este sentido, desde una postura conductista o contextualista, los problemas psicológicos se explicarían en términos de interacción, historia de la persona y sus circunstancias, y no como algún defecto interno (cerebro) o externo (sociedad) que se tengan que arreglar (Pérez, 2014), dándole así sentido y significado a estos fenómenos. Darles su lugar a los comportamientos, comprendiendo las transacciones que han tenido y tienen lugar actualmente en la vida de una persona, supone despatologizar los problemas psicológicos, ver con otras gafas el sufrimiento y así darle sentido, sin recurrir a explicaciones que sitúan el problema dentro la persona de forma orgánica o fantasmagórica (al aludir a cosas como tener “baja autoestima”, “poca motivación”, y demás etiquetas). 

Los problemas psicológicos se explicarían en términos de interacción, historia de la persona y sus circunstancias, y no como algún defecto interno (cerebro) o externo (sociedad)

Desde la psicología, también se han dado diversas explicaciones este fenómeno, sin embargo, muchas de ellas quedan en teorías o especulaciones incomprobables científicamente, por lo que una perspectiva filosófica sobre el comportamiento en general, y que busque mediante la experimentación la comprobación de sus supuestos, es idónea para esta tarea ¿Qué son entonces los problemas psicológicos si no enfermedades/trastornos mentales?

Entender los problemas psicológicos implica primero comprender el comportamiento humano. En particular, el conductismo, como filosofía de la conducta en psicología, se interesa por la conducta y la define no como actividad o acción sino como la interacción entre un organismo y su medio (todo lo que rodea al organismo, dentro o fuera de la piel) que está constituido de estímulos que tienen la capacidad de provocar respuestas diversas en el organismo (Froxán y Santacreu, 1999). Esta interacción hace posible que, mediante procesos de aprendizaje, un organismo pueda reaccionar ante nuevas situaciones/estímulos que antes no producían un cambio o efecto en uno mismo (condicionamiento clásico), o que sucedan cosas producto de lo que hacemos en el mundo (condicionamiento operante) (López y Costa, 2014). Se puede decir que mediante estos procesos el comportamiento de un individuo adquiere nuevas funciones, unas reactivas y otras que operativas. Son estas nuevas funciones, interacciones con el mundo, las que permiten que un individuo se adapte mejor al medio y son estas mismas las que pueden generar sufrimiento en la persona. Entonces los problemas psicológicos serían, más que una enfermedad, formas de relacionarse con el mundo que afectan a un organismo, que tienen ese estatus por que la persona valora su propia conducta o de otros como problemática (Froxán y Santacreu, 1999). Esta valoración debe entenderse, en buena medida, como producto de factores sociales condicionantes, donde las prácticas socialmente compartidas, los valores y creencias influyen en cómo la persona piensa, siente y se comporta en sociedad (Bueno, 2011). 

En este sentido, desde una postura conductista o contextualista, los problemas psicológicos se explicarían en términos de interacción, historia de la persona y sus circunstancias, y no como algún defecto interno (cerebro) o externo (sociedad) que se tengan que arreglar (Pérez, 2014), dándole así sentido y significado a estos fenómenos. Darles su lugar a los comportamientos, comprendiendo las transacciones que han tenido y tienen lugar actualmente en la vida de una persona, supone despatologizar los problemas psicológicos, ver con otras gafas el sufrimiento y así darle sentido, sin recurrir a explicaciones que sitúan el problema dentro la persona de forma orgánica o fantasmagórica (al aludir a cosas como tener “baja autoestima”, “poca motivación”, y demás etiquetas). 

Referencias

Bueno, R. (2011). Reflexiones acerca del objeto y metas de la psicología como una ciencia natural. Liberabit, 17(1), 37-48. 

Coto, E., Gómez-Fontanil, Y. y Belloch, A. (2008). Historia de la psicopatología. En A. Belloch, B. Sandín y F. Ramos (Eds.), Manual de psicopatología (pp. 3-32). Mc Graw Hill. 

Caballo, V. E., Salazar, I. C. y Carrobles, J. A. (2014). Manual de psicopatología y trastornos psicológicos. Pirámide. 

López, E. y Costa, M. (2014). Los problemas psicológicos no son enfermedades. Una crítica radical de la psicopatología. Pirámide.  

Moncrieff, J. (2008). Hablando claro. Una introducción a los fármacos psiquiátricos. Herder. 

Froxán, M. X. y Santracreu, J. (1999). Qué es un tratamiento psicológico. Biblioteca Nueva. 

Pérez, M. (2014). Las terapias de tercera generación como terapias contextuales. Síntesis.

Kennis M., Gerritsen L., van Delen, M., Williams A., Cuijpers, P., & Bockting, C. (2019). Prospective biomarkers of major depressive disorder: a systematic review. Molecular psychiatry, 25, 321-338. https://doi.org/10.1038/s41380-019-0585-z

Lacasse, J. R. (2014). After DSM-5: A critical mental health research agenda for the 21st century [Editorial]. Research on Social Work Practice, 24(1), 5–10. https://doi.org/10.1177/1049731513510048